77 “Existe un fenómeno cada vez más observado, conocido con el nombre -en inglés- de ‘phubbing’, que se define como la acción de ignorar al otro que tenemos en frente por prestar atención al teléfono celular”, explicó a Télam Laura Jurkowski, psicóloga y fundadora del centro de tratamiento de adicciones a Internet “Reconectarse”. Esta acción, junto a otros comportamientos de interacción con dispositivos tecnológicos, puede generar algunos inconvenientes. Inclusive pueden llegar a provocar rupturas en relaciones tanto de amistad como de pareja, y presenta diversas formas. Pero no todo es culpa de la tecnología. Son reacciones, acciones o emociones -indica la especialista- que se agregan a las que ya se daban en las relaciones cara a cara, solo que ahora se presentan con las características propias del marco virtual. En el caso de WhatsApp, por ejemplo, “pasa a veces que la forma en que el receptor interpreta un mensaje difiere de la entonación que le quiso poner el que lo escribió” y ahí se generan malentendidos. Cuando se forman grupos en este servicio de mensajería, en algunos casos se da una suerte de “dependencia por ver cuál es la reacción de otro miembro a partir del comentario que uno hace, o hasta también aparecen celos y competencia”, amplió Jurkowski. Pero remarcó que son emociones “propias de los grupos sociales en general”, al tiempo que consideró que es un tema que incluye a jóvenes y también a adultos. En este sentido, aclaró que lo que hacen los “soportes tecnológicos es multiplicar”, ya que los mensajes virtuales facilitan que los diálogos se den más seguido y lleguen a más personas, al tener al alcance de la mano un celular. Las interacciones virtuales, por ejemplo en redes sociales, también pueden interferir en las relaciones de parejas o amistad, en detrimento del vínculo “cara a cara”. “A veces sucede que una persona le está contando algo muy angustiada a un amigo, y éste último se pone a chequear Facebook en la mitad de la conversación”, ejemplificó la especialista. Por eso, concluyó, el objetivo debiera ser “sumar y no restar”, al decir que “no hay que reemplazar” la relación virtual por el cara a cara o viceversa, o calificar de “negativa a una u otra. Se trata de una convivencia entre ambas por sus particularidades”. Por eso, la psicóloga recomendó “respetar los momentos en los que uno está conectado a Internet y los que no está conectado”, y además recalcó “no perder los vínculos cara a cara porque incluye sentidos que de otra forma no se dan”. La “multiplicación” generada por Internet, mencionada por Jurkowski, también se relaciona con la extensión de las maneras en qué los usuarios reaccionan a algún episodio a través de plataformas virtuales. “No es casual que Facebook haya incorporado nuevas reacciones al clásico ‘me gusta’ para ampliar nuestras posibilidades de comunicación” en redes sociales, consideró Giselle Bordoy, docente de la Cátedra Datos de la carrera de Comunicación de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Las reacciones movilizadas a través de soportes tecnológicos se cuentan cada día, como cuando esta semana un grupo numeroso de televidentes de Los Simpsons le solicitaron a Telefé que incluya nuevamente el programa en la grilla de los domingos, a través de campañas distribuidas por Facebook y Twitter. En este sentido, Bordoy indicó que “es natural” que los usuarios utilicen Internet como medio para expresar una opinión sobre un producto que consumen mediáticamente: “La protesta por Los Simpsons fue a través de memes (imagen o video para difundir un concepto en internet) y no en la calle”. Asimismo mencionó un artículo de Evgeny Morozov, un escritor e investigador bielorruso, que trató el debate sobre el impacto de Internet en la Primavera Árabe. Allí el autor se pregunta: “¿Por qué nos resulta tan difícil aceptar que la proliferación de tecnologías digitales pueda, dadas las condiciones políticas, económicas y sociales favorables, ayudar a un grupo de jóvenes altamente motivados a movilizar a sus seguidores y a divulgar sus protestas?”. Mas allá del ejemplo, lo que Morozov intenta demostrar es que “Internet está presente en lo que hacemos, en el marco de un mundo globalizado”, señaló la educadora. Morozov explica que “lo que se llama Internet está invadiendo hasta el último rincón de nuestra existencia”, pero aclaró que “no es algo malo en sí mismo. Diseñado y gobernado de manera apropiada, puede ser, de hecho, extremadamente liberador y un avance saludable para la democracia”.