47 (Adolfo R. Gorosito, 2020) – En su obra “El canto del viento” Don Atahualpa Yupanqui expresa: “En una inmensa e invisible bolsa va recogiendo todos los sonidos, palabras y rumores de la tierra. El grito, el canto, el silbo, el rezo, toda la verdad cantada y llorada por los hombres, los montes y los pájaros, van a parar a la hechizada bolsa del viento”… Solemos comentar que el fenómeno común llamado viento molesta o perjudica. Pero es consecuencia de otros fenómenos atmosféricos. Va y viene acariciando ocastigando con la fuerza irresistible de un tornado. “Entonces el viento – dijo don Ata – deja caer sobre la tierra a través de la brecha abierta la hilacha de una melodía, el ¡ay! de una copla, la breve gracia de un silbido, un refrán, un pedazo de corazón escondido en la curva de una vidalita, la punta de flecha de un adiós bagualero”. Don Vicente Bonvisuto es intérprete de los mensajes de la tierra, cazador de imágenes físicas y espirituales. Aviador civil dedicado durante muchos años al difícil trabajo de rociados aéreos, ha volcado sus experiencias en el libro “Fumigando” (1982) y dice: “Hay extrañas melodías / en el murmullo del viento, / y no existe un instrumento / sensible a su vibración, / que reemplace al corazón / capaz de captar su acento”. Es bueno echar al viento pensamientos como éstos. Mientras en algunas circunstancias causan molestias, perjuicios y tragedias, en otras mueve las aletas de mil molinos, sinónimos de continuidad y vida. En definitiva, una realidad con la que convive el ser humano, según nuestro propio instante de vida. Es tan natural que no lo apreciamos como testimonio autónomo de nuestra “ruralia”, al decir de la poeta Ñusta del Piorno.