59 (Adolfo R. Gorosito, 2016) – Hacia el mediodía de reciente domingo caminaba por calle Mitre desde Lavalle y a pocos metros de la esquina con Juan Eliçagaray, cuando se expandíeron con nitidez las doce campanadas de la iglesia parroquial. señalando la hora doce. Me detuve para apreciar mejor esa musicalidad singular, y pensé en la importancia de su misión en otro tiempo con menos ruidos en el ambiente.. ¿A cuántas cuadras desde la iglesia parroquial Inmaculada Concepción se percibirán las campanadas del reloj ubicado en la torre? El radio de recepción es mayor durante las noches, y en toda circunstancia que se reduzca o se suspenda el rumor de automotores. Pero es indudable que la expansión del broncíneo sonido repercute con distinto tono nostálgico en los oídos y corazón de los ocasionales peatones. En cierta ocasión, hace ya varios años, algún problema mecánico ocurrido en el mecanismo hizo que el reloj de la iglesia dejara de cumplir su cometido. Entonces se comprobó que son muchos los oídos prestos y los corazones sensibles, porque arreciaron las protestas y reclamos, hasta que un prestigioso vecino artesano reparó el desperfecto, y hubo fiesta espontánea porque nuestro ambiente recuperaba ese tradicional aviso horario, para acelerar o demorar la actividad de cada uno… o simplemente como recurso costumbrista. No estoy solo en estas apreciaciones. Algunos amigos que recorren con frecuencia la plaza 25 de Mayo, se reúnen y ocupan algún banco para conversar, cuentan que las campanas de la iglesia conservan el encanto de antaño, cuando el pueblo crecía y se complacía en ese llamado a la Paz y la Amistad. También recuerdan que hasta la mitad del siglo pasado era muy popular el callejero encuentro llamado “la vuelta del perro”, y el repicar de la campana cada media hora se convertí en sonora advertencia del tiempo que aún le restaba al apreciado paseo.