36 (Adolfo R. Gorosito, 2017) – “Tú que puedes vuélvete, me dijo al río, llorando”… Es una frase del texto de la zamba “Tú que puedes, vuélvete…” compuesta en 1950 por el maestro don Atahualpa Yupanqui, dándole voz al río cuyas aguas dejan para siempre la ladera del monte tucumano, porque es un viaje sin retorno. Aunque mirado desde afuera el paisaje parece igual (ribera, vegetación, fauna y el agua en movimiento) a cada instante cambia. Juguemos con esta metáfora.. No podemos retener el agua del río con nuestras palmas abiertas, como no podemos interrumpir la sucesión de los hechos. Sin alejarnos del sentido poético de la canción aludida, no debemos entristecernos por “el río que se va”, porque ha contribuido a formar vidas; porque fue útil en el concierto de los elementos naturales. Es mejor formar parte de ese río inquieto, zigzagueante, fecundo, rumoroso, que verlo pasar mientras nos rozan los duendes de la añoranza. En vez de resignarnos a ser partes de un río que se sumergirá irremediablemente en otro más caudaloso o en la inmensidad del mar, seamos partes útiles del río de la vida, ese río que complementa la acción del hombre, transformando el riego en impulso inteligente. El año transcurre como un río que ya no es el mismo. Propongámonos que el próximo río sea mejor. Decidamos reunirnos en el remanso de encuentros entre familiares y amigos. La oportunidad es propicia para restañar heridas, proponer el perdón por ofensas recibidas, las sinceras disculpas por si hemos ofendido, y recordar a los que nos han precedido en la decisoria entrada al mar, trascendental y definitiva. Seamos como las saltarinas olas del río y no como la masa líquida que se cubre de hojarasca. Seamos partes dinámicas de la corriente, para exaltar el augurio que brotará desde el corazón por el bienestar de nuestros seres queridos, de quienes hubiesen quedado en sus márgenes y de quienes hasta aquí nos han acompañado.