6 No es una nota más. Es un viaje al pasado, a esos recuerdos que nos devuelven imágenes, olores y sonidos de otra época. Luciano Alippi, o simplemente Lucho —como lo conocemos todos— abrió las puertas de su casa para mostrar un tesoro que lleva más de 27 años construyendo con paciencia, gratitud y memoria. En la chacra de su infancia, entre charlas con su padre Luis Fernando “Nando” Alippi y su madre Betty, nació esta pasión por guardar lo que otros desechaban, pero que para él eran fragmentos de identidad. Nando fue lechero, comerciante y dos veces concejal de nuestro pueblo —en 1973 y en 1983— cuando la política todavía era a donoren. “El único beneficio que tenía papá por ser concejal era la chapa patente que le permitía estacionar su rastrojera frente a la escuela o el banco”, recuerda Lucho con una sonrisa que mezcla orgullo y nostalgia. Lo que empezó a los 16 años, cuando no había ni computadora ni teléfono en cada bolsillo, hoy es un museo vivo que late en cada rincón de su hogar, en la calle Las Achiras 665. Lucho lo explica con sencillez: “Yo no compré nada. Todo lo que hay acá me lo regaló la gente. Es mi manera de devolverles lo que hicieron conmigo: abrir las puertas y que todos puedan venir a conocerlo.” Al recorrer su museo, uno se encuentra con radios a válvulas de los años 40, cámaras de fotos con fuelle de la década del 30, juguetes que marcaron infancias, cuadernos y útiles de maestras que dejaron huella, objetos de hotelería, comercio y oficios que alguna vez hicieron grande a la comunidad. Cada pieza tiene un alma, una anécdota, una voz que revive. Pero no se trata solo de objetos. En cada estante también está la historia de un pueblo que supo tener ligas de fútbol propias, zapaterías, fábricas, hoteles recomendados en la zona, bodegas y talleres que ya no están.Ese rescate es lo que conmueve: visitar el museo es mirarse en un espejo del tiempo, sentir orgullo por lo que fuimos y reflexionar sobre lo que somos hoy. Lucho no tiene horarios fijos. Su trabajo está en la parquización, pero cuando alguien lo llama o le escribe, siempre encuentra el momento para abrir su casa y recibir.Con un mate, con tiempo para la charla, se convierte en guía y compañero de un recorrido que emociona tanto a los más grandes como a los más chicos. No es raro que abuelos lleven a sus nietos para mostrarles cómo eran las cosas “antes”, o que alguna escuela pida objetos para representaciones en actos patrios. El museo se vuelve así un puente entre generaciones, una forma de mantener viva la memoria. “Lo más viejo que conservo son cosas de mi papá y mis abuelos —recuerda—: radios, sombreros… Y de ahí en adelante, todo lo que la gente me fue dando. Cada objeto es del pueblo. Nada vino de afuera.” Por eso, el Museo de Lucho no es solo suyo. Es de todos. Es de quienes alguna vez usaron esas máquinas, escucharon esas radios, calzaron esos zapatos o se hospedaron en esos hoteles. Y es también de quienes todavía no nacían cuando todo eso ocurría, pero hoy pueden descubrirlo gracias a este rincón de historia viva. Visitarlo no es un paseo cualquiera. Es un reencuentro con la memoria, un recordatorio de que en cada objeto late un pedacito de nuestra identidad. 📍 Dónde: Museo de Luciano “Lucho” Alippi – Las Achiras 665📲 Contacto: 2983 57 16 85 (WhatsApp) Una invitación abierta, sin horario, sin protocolos: pasar, mirar, charlar, emocionarse. Porque en el museo de Lucho, cada visita se convierte en una historia más para contar. Cada foto es una caricia del tiempo. Lucho, con una lata antigua entre sus manos, parece sostener un fragmento de historia que se niega a apagarse. El mate compartido recuerda que este museo no es solemne ni distante: es una casa abierta, donde la charla y la memoria se encuentran como en un ritual de amistad. Las balanzas de almacén pesan algo más que mercadería: pesan recuerdos de confianza y palabra empeñada. La vieja cámara con fuelle aún parece guardar las sonrisas de quienes alguna vez posaron frente a su lente. Las latas, con sus colores gastados, despiertan aromas de infancia, veranos largos y publicidades que marcaron generaciones. Y en la vista general, el cartel de “Don Nando” no es solo un nombre: es la raíz, el homenaje silencioso al padre, la presencia que late en cada rincón del museo. Cada foto es una caricia del tiempo. Porque detrás de cada objeto, de cada estante y cada historia, late la certeza de que el pasado nunca se va: se queda, esperando que alguien lo mire con la misma devoción con la que Lucho lo cuida.