74 (Adolfo R. Gorosito, febrero 2019) – Leí este relato en Diario Perfil. Refleja la situación de personas que se resisten a la flexibilidad de las manifestaciones del espíritu, tal vez considerando que es rasgo de debilidad en el duro ambiente materialista que convivimos. Ante esa definición sugiero que no debemos perder facultades de curiosidad sana y capacidad de asombro, sino renovarlas cada día, Compartamos esta lectura:. – “Ese hombre no lee novelas, poesías ni cuentos, no va a conciertos ni a museos. Ignora el ballet tanto como la ópera. No concurre a cines ni teatros. Sin embargo, impulsado por un compromiso laboral cierto día concurre al Teatro Colón. El espectáculo ofrecido tiene música, danza y proyecciones visuales impactantes. Hacia el final, sucede lo inesperado: ese hombre de casi sesenta años de edad, tiene la primera experiencia estética en su vida. Se emociona: los ojos se le empañan, sus manos suben y bajan casi sin ton ni son. Lo descubre: ¡Esto existía, aunque no lo había imaginado! Su mujer lo mira y sonríe con inmensa ternura. No es para menos, porque seguramente está asistiendo a la recuperación estética de su esposo, próspero empresario”. Recordé entonces a algunos personajes que desfilaron en mi vida, y dejaron en mi espíritu rasgos claros de sensibilidad y grandeza. Como aquel artesano (“Soguero”) que llenaba sus horas sobando cueros, curtiendo y tranzando, hasta lograr el primoroso apero que habría de lucir el caballo de algún amigo en el próximo desfile tradicionalista. Y al viejo amigo que cierto día me confió su afición a la versificación, para reflejar cosas de su vida en sextinas o décimas, pero que no las daba a conocer por simple y pura timidez, También recordé a aquella señora que me mostró sus dibujos realizados en soledad, pensando que alguna vez serían útiles a otras personas tan solitarias como ella. Son testimonios ocultos de sensibilidad, precioso tesoro.