43 (Adolfo R. Gorosito, septiembre 2018) – Desde esta misma columna he destacado en varias oportunidades la alta misión del Papa Francisco I, argentino que llegó con dignidad y mérito a la máxima jerarquía de la Iglesia Católica. Lo que ahora expreso no significa ofensa alguna hacia el Sumo Pontífice. Expreso un estado de confusión que tal vez sea compartido por otros católicos. Durante cinco años (1944/1948) fui alumno de una Escuela Agropecuaria de la Congregación Salesiana, donde los postulados de estudio y conducta se desarrollan en el severo ámbito del catolicismo. Traigo a colación estos detalles porque deseo opinar sobre la tragedia que se ha abatido sobre la Iglesia Católica en relación a tantos casos de pedofilia registrados con responsabilidad de sacerdotes, obispos y cardenales. Se trata de miles de casos registrados en países de todas las latitudes. Todos sabemos que quienes asumen el sacerdocio como opción de vida y proclamación de vocación personal son hombres. Como tales trabajan por afianzar sus cualidades morales, pero siempre estarán sujetos a las tentaciones terrenales. Desde el razonamiento clerical se alude a la acción maléfica y destructiva de Satanás. Desde la Ciencia se explica esa energía interior como respuesta íntima e ineludible del ser humano. Celibato es el estado de soltero, con sentido de compromiso u opción de vida. Opinar no significa poner reparo a las motivaciones que vienen desde la antigüedad, ni discutir las conclusiones de Cristo en esta materia, pero tambalea la cuota de fe imprescindible. Cabe entonces la pregunta que fluye de un católico confundido: ¿Por qué no se autoriza a los sacerdotes a formar sus hogares? La respuesta pende de la decisión del Sumo Pontífice, que obviamente no será fácil, Los desmanes que tomaron estado público merecen una vía de comprensión y arrepentimiento, pero también de control, corrección y sanciones ejemplares y definitivas para los responsables.