“Clavar el visto” y no responder: ¿una falta social imperdonable?

Estar presentes a cada segundo sin importar qué estemos haciendo. La demanda comunicativa aparece allí, en cada mensaje que llega desde cualquier sitio a nuestro teléfono celular. La respuesta no debe tardar en llegar, pues sabemos que quien está del otro lado aguarda la contestación sin dar espacio, a veces, al tiempo para reflexionar qué respuesta es la que deseamos ofrecer a nuestro interlocutor. Lo importante, en el mundo de las comunicaciones exacerbadas por las nuevas tecnologías, es dar la pauta de simplemente, estar.

Así, el mandato implícito establecido por las formas de conexión parece inflexible e incuestionable. “Me clavó el visto”, es esa frase que suele ilustrar la ofensa de quien no logra establecer un feed back inmediato con quien buscaba establecer la charla. La red de presupuestos factibles de acaparar el pensamiento, desde el punto de vista psicológico puede ser tan variada como la personalidad y nivel de seguridad de cada persona. Pero además, coinciden los especialistas en salud mental y comunicación, el intercambio que se realiza en el plano virtual, no siempre se ajusta al vínculo real establecido con otros.

¿Por qué? El psicólogo Daniel Venturini ofrece una respuesta. Explica que en un mundo donde el uso de Whatsapp se ha transformado en una herramienta imprescindible de intercambio comunicativo en el plano social, laboral y familiar, es importante tener en cuenta que como toda nueva forma de comunicación, presenta reglas y códigos que aún están en construcción.

“Esto implica construir nuevas reglas y lo cierto es que éstas están aún en proceso de construcción”, explica el profesional y agrega que en esta vía de comunicación escrita también existe un margen de error.

Es que a diferencia de la comunicación verbal (telefónica por ejemplo) como así también la más completa de las formas de intercambio (la cara a cara), los mensajes que llegan a través de dispositivos atados a grupos o bien de manera personal, carecen del componente paralingüístico, (como los gestos, las miradas, las poses e inclusive, el tono de voz o las pausas), a pesar de contar con una rica serie de emoticones e imágenes ilustrativas a través de los tan usados “GIF” y memes.

Así, si bien es posible que a través de la forma de expresarse una persona pueda dar cuenta de su personalidad en función del estilo usado al escribir un whatsapp (más o menos extrovertido, de tono directo o conciso), las subjetividades y presupuestos se tiñen de diferentes matices según cada receptor/a.

Dice Venturini que la interpretación que cada persona haga frente a un “visto no respondido” depende de su madurez emocional y de la confianza en sí mismo y la calidad del vínculo con la otra persona.

“Alguien que tenga una dependencia emocional muy fuerte o cierta inestabilidad, lo puede tomar a mal y presuponer que el mensaje no le importó a quien lo recibió. Sin embargo, quien cuenta con más herramientas emocionales no piensa mal. Simplemente, entiende que la persona está ocupada, desea pensar mejor la respuesta o simplemente prefiere comunicarse más adelante. El hecho de enviar un mensaje no debería porqué obligar a quien lo recibe a la instancia de contestar en el momento”, detalla el profesional y aclara en este sentido los mecanismos de manipulación y control que puede esconder esta situación.

Betina Martino, docente e investigadora a cargo de la cátedra Teoría de la Comunicación Social II de la carrera de Comunicación Social de la UNCuyo, analiza que Whatsapp, al estar presente en un aparato que porta con nosotros o se utiliza en la pantalla de la PC mientras –por ejemplo- trabajamos, se genera una ilusión de disponibilidad total de las personas para con los demás.

“Pero no hay que olvidar que el tiempo real social de las personas es muy diferente del que se presupone que disponen”, analiza Martino. En términos sencillos, es muy posible que frente a un mensaje no contestado pero visto el/la destinatario/a esté ocupándose de su vida, cualquiera sea la tarea que esté realizando.

El problema, dice Martino, es que los presupuestos que se enlazan frente a un mensaje no respondido pero visto, no incluyen ninguna razón posible, justamente, porque el dispositivo siempre está junto a la persona.

En general el punto de partida común a todas las aplicaciones es “pedir al sujeto una disponibilidad social permanente, anular sus secretos, brindar transparencia absoluta”. Así el imperativo de estar “todo el tiempo conectado/a”, se plantea de manera amable pero de forma permanente e incluso, invasiva.

Lejos de pasar inadvertidas, las situaciones desde el punto de vista vincular surgidas a partir del uso de esta herramienta, también quedan visibilizadas en el consultorio psicológico. “A los pacientes les digo, por ejemplo, que no deben plantar temas controversiales o discutir vía Whatsapp. Es un ejercicio que propongo siempre el hecho de buscar la conversación cara a cara. Nada reemplaza la riqueza del lenguaje en la comunicación frente a frente y mirando a los ojos a la otra persona”, reflexiona la psicóloga sistémica (abocada al área de la comunicación), Andrea Caballero.

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