6 La economía duele y la corrupción cansa: una radiografía del sentir argentino Por estos días, caminar por cualquier ciudad o pueblo argentino es encontrarse con un sentimiento que se repite de boca en boca: “No llegamos”. La inflación bajó, es cierto, y algunos números macro parecen mejorar. Pero en la mesa de la mayoría de los hogares todavía falta mucho. Y lo más preocupante: sobra bronca, angustia e incertidumbre. A esto se le suma otro mal que se repite en el tiempo y ya no tiene lugar: la corrupción. Porque mientras hay argentinos que no comen o que deben elegir entre remedios y comida, nadie quiere volver a ver cómo el poder se convierte en un privilegio para unos pocos. La inflación bajó, pero no alcanza En los últimos meses, los datos oficiales muestran una desaceleración en los precios. Sin embargo, la mayoría de la gente no lo siente así. Según relevamientos recientes, el 65 % de los argentinos considera que la situación económica es mala o muy mala, y el 91 % dice que sus ingresos no alcanzan. Esto no es sólo una cifra: es una madre que recorta la lista del súper, es un abuelo que guarda el vuelto del pan para comprar medicamentos, es un trabajador formal que, aún con empleo, se endeuda para pagar los servicios. El dolor cotidiano El crecimiento del PBI no tapa el dolor de fondo. Desde hace años, la pobreza viene en aumento y afecta hoy a más de la mitad de la población. La clase media, que históricamente sostuvo al país, se achica. Muchos comercios cierran. Los alquileres son impagables. Y lo más grave: la esperanza se enfría. No se trata sólo de una crisis económica. Se trata de una crisis de ánimo, de cansancio, de desilusión. Porque cuando el esfuerzo no alcanza, cuando el futuro parece cada vez más lejos, algo se quiebra adentro. Corrupción: una herida abierta En medio de esta realidad, hay algo que une a casi todos los argentinos: el rechazo a la corrupción. Más del 44 % de la población la considera el principal problema del país, incluso por encima de la inflación. ¿Por qué? Porque duele ver cómo se enriquecen quienes deberían cuidar, mientras la mayoría ajusta, sacrifica y espera. No hay más lugar para la impunidad. Nadie quiere volver a vivir en un país donde robar desde el poder era parte del paisaje. Los argentinos reclaman honestidad, reglas claras y consecuencias para quienes se abusan del cargo. Lo que pedimos Los argentinos no piden milagros. Piden dignidad. Piden que la política piense en ellos. Que la economía no se mida sólo con gráficos, sino también con empatía. Y que los funcionarios estén al servicio de la gente, no de sus propios intereses. Hoy el país necesita más que estabilidad: necesita confianza. Y eso se construye con hechos, no con promesas. La Argentina está de pie, pero cansada. Tiene corazón, pero le duele. No quiere vivir con miedo, ni con hambre, ni con bronca. Quiere algo simple pero poderoso: vivir con dignidad, sin que la corrupción le robe el futuro. Ese reclamo, que nace en la calle, en las casas, en las familias, es el grito más honesto que puede tener un pueblo.