1 Desde los albores de la humanidad, la idea de crear compañía a medida ha sido una obsesión casi poética. En la antigua Grecia, Pigmalión esculpió a Galatea y se enamoró de su creación, tanto que Afrodita la animó. Siglos después, ese mito no solo no está viejo… está en versión 5G. Hoy, en esa confluencia entre arte, ingeniería y deseo, nacen las muñecas hiperrealistas: esculturas vivas de silicona médica, esqueleto articulado y detalles de piel biónica que desafían nuestra percepción de lo real. Pero esto no es solo una excentricidad contemporánea: las muñecas realistas reflejan deseos, inseguridades y fantasías propias de la época. Son espejos silenciosos de una sociedad hipertecnologizada, a la vez más conectada y más sola. Y al mismo tiempo, abren la puerta a un debate necesario: ¿cuánto estamos dispuestos a delegar en lo artificial nuestras formas de intimidad? Detrás de esta industria hay investigación y tecnología. Better Love Doll, una de las marcas más reconocidas del rubro, utiliza silicona de grado médico y material SLE, un elastómero hipoalergénico y durable, desarrollado para imitar la piel humana en sus silicone sex doll. Sus últimos modelos —como los de la línea Inspiration Series— incluyen mandíbula móvil, “gel butt” 2.0, vías íntimas ultra suaves, y sistemas esqueléticos articulados de alto realismo. Todo, a partir de escaneos 3D del cuerpo humano real. Para algunos, estas creaciones son una forma de explorar el deseo sin prejuicios; para otros, una expresión más de una cultura que prefiere lo perfecto a lo vivo. Las críticas éticas no se hacen esperar: ¿puede una muñeca alimentar una visión distorsionada del otro? ¿Qué impacto tendrá a largo plazo esta tecnología en las relaciones humanas reales? ¿Y qué sucede cuando lo simulado se vuelve más cómodo que lo recíproco? Sin embargo, la realidad no es tan binaria. Muchas personas que eligen una muñeca realista, o topcy doll, no lo hacen por rechazo al otro, sino por curiosidad, necesidad emocional o incluso razones de salud o discapacidad. Algunos fotógrafos las usan como modelos artísticas; otros, como compañía afectiva no tradicional. Lo cierto es que estas figuras hiperrealistas ya no pueden leerse solo desde el morbo o la broma fácil. Son parte de un fenómeno cultural que interpela nuestros vínculos, nuestra concepción del cuerpo y el avance constante de la tecnología sobre lo íntimo. Quizás, como Pigmalión, no se trata de negar la realidad, sino de buscar —a través de lo creado— una versión más amable, aunque imperfecta, de lo que el mundo a veces no puede dar. Y en esa búsqueda, las preguntas que incomodan son tan necesarias como las respuestas que consuelan.