El Príncipe inolvidable y eterno

Con objetivos firmes, vivió por lo que amaba, y se fue por la razón que vivía. El 22 de Noviembre de 1992, se iba Roberto Mouras, el “Principe”, símbolo del TC, ídolo máximo de Chevrolet, respetado por todas las marcas rivales.

La ruta se llevó al hombre serio, introvertido, que despertó sensaciones y emociones. Siempre al frente, desde que debutó en la máxima el 30 de Agosto de 1970 en la Vuelta de Chivilcoy, hasta que detuvo su marcha el 22 de Noviembre de 1992. Fue emblema de una pasión, referente inolvidable, que siempre resucitan en la memoria.
Aquel trágico domingo al mediodía, los relojes se detuvieron y el tiempo se congeló, se paralizaron los corazones, pero no las lágrimas, la de esa gente que como decía el “Toro”, es la que elige, esa misma que lo eligió para siempre.

Difícil fue la reacción y comprensión de aquel momento. Parece que fue ayer, pasaron 29 años de aquel doloroso accidente en el semipermanente de Lobos, cuando conseguía su victoria N° 50 en la máxima, que lo ubica segundo en la tabla de los carreteros ganadores, sólo superado por el inolvidable Juan Gálvez.
Tricampeón con Dodge, siempre de la mano de Omar Wilke y Jorge Pedersoli, en las temporadas 1983, 84 y 85, aunque se convirtió en el máximo ídolo de la hinchada de Chevrolet, pese a que no consiguió el tan ansiado título con la marca del “moño”.

Recuerdos imborrables han quedado del “Principe” de Carlos Casares, nacido en la localidad bonaerense de Moctezuma el 16 de Febrero de 1948.

En las rutas y pistas argentinas recordamos epopeyas gloriosas de su notable paso, desde aquel Bergantín de su abuela materna, pasando por el Chevrolet 400, el Torino naranja con el que debutó en la Vuelta de Chivilcoy del año 70, la” Chevy” con la que se integró al equipo oficial de la Comisión de Concesionarios Chevrolet, el imbatible “7 de Oro” de las seis victorias al hilo, los Dodge del tricampeonato y la coupé Chevy de sus últimas entregas.

En los corazones, han quedado grabados las memorables batallas mano a mano, con “Pirín” Gradassi, Juan María Traverso y los duelos vibrantes con el “Pincho” Castellano en la década del 80.

Fue grande en lo deportivo y como ser humano. Hablaba poco, pero transmitía aplomo, seguridad y sabiduría. En silencio, tendía su mano franca, para ayudar a cuanto niño lo necesitara. Su fuerte desafío era la corona para Chevrolet, pese al protagonismo y a sus desvelos, no pudo con la marca, alcanzar el objetivo soñado.
Un tipo especial, diferente, de rico interior. Un grande de todas las épocas. Se fue entre aplausos y lágrimas, llevándose el último tributo al cielo, para compartirlo con quienes hicieron grande al Turismo Carretera.

Luis Orlando Sanchez

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