54 (Adolfo R. Gorosito, febrero, 2021) – No tenía noticias de dos amigos desde hacía más de dos meses. Tontamente pensé que yo habría dicho algo que los molestó o que algún estúpido ramalazo de chisme habría cundido, para que cubran su enojo en el silencio. En una misma tarde y con una hora de diferencia todo quedó aclarado. Uno de esos amigos alterna sus lugares de radicación en La Plata y en Gonzales Chaves. Me contó que precisamente había transcurrido los dos meses recientes con algún problema de salud, felizmente superado. El otro amigo viaja constantemente aportando sus conocimientos profesionales mediante cursos y conferencias. Cuando nos encontramos se acercó a mí recitando un párrafo de reciente artículo de esta misma columna. Tal vez estos hechos no tienen mayor importancia, pero me permitieron tranquilizar el alma y sentirme vigorizado desde ese sentimiento que tomo tan a pecho y se llama Amistad. Tras el reencuentro uno de esos amigos “reencontrados” comentó así: – “Te estás pareciendo a mi padre, quien pasados los setenta se había puesto demasiado sensible, a veces hasta la exageración”. Lo de “sensibilidad exagerada” quedó picando. Reflexiono sobre esta afirmación, acepto y afirmo que la sensibilidad es “propensión natural de las personas a emocionarse ante la belleza y lo valores estéticos, o ante sentimientos como el amor, la ternura o la compasión”. Después de los ochenta esa propensión aumenta y es comprensible, pero no exagerada.