35 (Adolfo R. Gorosito, 2018) – “¿Quién no se sintió solo alguna vez y tuvo la sensación de haber perdido la esperanza?” – El texto se refiere a Ludwig Von Beethoven (1770/1827), quien estaba muy abatido por el fallecimiento de un príncipe de Alemania que había sido como un padre para él, compensando con su estímulo y ayuda la falta de afectos que afectaba al gran compositor. Podía oír solamente usando una especie de trombón acústico aplicado al oído. Por esas razones el compositor estaba depresivo. Escribió un testamento anunciando que se iba a suicidar. Pero encontró ayuda espiritual en una muchacha ciega, quien vivía en el departamento contiguo. Al oír sus quejas a viva voz echadas al viento, ella le gritó desde su ventana: “¡Daría todo por poder ver una noche de luna!”. Beethoven pensó en lo positivo que lo iluminaba: podía ver, componer, expresarse desde la música. Escribió entonces una de sus más hermosas composiciones: “Claro de luna”. Su melodía imita los pasos lentos de algunas personas – posiblemente los suyos o los de otros – que llevaban el féretro del príncipe, su protector. Mirando al cielo plateado por la luna y recordando a la muchacha ciega, como si preguntase el por qué de la muerte de un mecenas tan querido, se sumergió en un momento de meditación trascendental. Años después con su Novena Sinfonía expresó su gratitud a la vida por no haberse suicidado. Todo gracias a aquella muchacha ciega que le inspiró el deseo de traducir en notas musicales una “noche de luna”. Una evidencia más del poder de recuperación que tenemos todos, a pesar de tragedias, dolores y pesares… ¡Aunque no seamos Beethoven!