84 (Adolfo R. Gorosito, 2016) – El adolescente Sebastián Zoppi ejecuta percusión sobre tarros de plástico vacíos. Cuatro de esos recipientes lo rodean mientras en la amplia vereda en importante avenida de la Gran Ciudad la gente camina apresurada con destinos diferentes. Admirable y estimulante el ritmo que surge de ese “conjunto” humano e instrumental que obviamente tiene genuina base cultural. La actitud de Sebastián demuestra que hay vocación, agilidad mental, destreza física y alienta una imagen ideal del peatón común, alimentando su confianza en la reacción generosa del que pasa o se detiene. Observamos el video que la computadora pone a nuestra consideración. Transeúntes que se detienen a su alrededor atraídos por el tamborileo magistral forman corrillo, y otros muchos pasan sin detenerse, cada cual inmerso en sus propios asuntos. Sebastián sigue concentrado y sus brazos se mueven rítmicamente, obedientes al impulso rector que la percusión exige. Durante diez minutos ofrece esa realidad, y uno imagina que los ritmos se expanden un instante hasta ser disueltos por la vorágine de los vehículos en movimiento. El adolescente se pone de pie y hace una reverencia saludando a los presentes. El video muestra los detalles y esos detalles ponen en evidencia otra realidad: con excepción de tres o cuatro personas que depositaron algunas monedas en un recipiente, destino de peregrina recaudación, el resto de ese fortuito público reanuda el ritmo que impone la Gran ciudad. Si estuviésemos cerca del adolescente y sus improvisados tambores, podríamos decirle: – “Lo que te ocurre no es exclusivo ni personal. A Josua Bell, violinista de prestigio mundial, le ocurrió algo similar en el Metro de Nueva York. Cierta mañana interpretó con su violín selecto repertorio mientras centenares de personas pasaban por el lugar sin reconocerlo. En la noche anterior había actuado en una gran sala y el público había pagado a razón de 100 dólares por persona ¡Sigue adelante, muchacho! ¡El reconocimiento te aguarda en alguna esquina que aún desconoces y seguramente encontrarás! ¡Que no te desanimen el frío que de pronto cruza tu rostro ni la chatura de quienes no te reconocen”.