Polvaredas un pueblo para soñar en la naturaleza

La ruralidad de Saladillo, es un pulmón verde en el que hay que sumergirse alguna vez, para ver sentir y escuchar las historias más creativas que el campo conjugó con ingenio y alegría en tiempos pasados, dejando legados en cada una de sus esquinas. Las calles de tierra parecieran conservar las pisadas de sus viejos habitantes y los ladrillos las huellas de las manos de quienes los apilaron e hicieron historia.

Polvaredas es un pueblo rural ubicado a tan solo 27 kilómetros del centro de Saladillo,  y 180km de Capital Federal. Se lo conoce como la cuna del creador de helicópteros Augusto “Pirincho” Cicaré, quien voló su primera aeronave en pleno campo rodeado de vacas y paisanos. Actualmente la calle principal lleva su nombre.

Justo en una esquina hay una Herrería “La Pintoresca”, donde aún se conserva una de las pocas fraguas que todavía existen en el país. Cacho Lucentini, uno de los mejores amigos de “Pirincho”, es el dueño del lugar y quien enciende ese gigante cada vez que alguien lo visita, con la misma naturalidad que nosotros pondríamos la pava para hacer un mate. El relata eternas historias con “el dueño de los helicópteros”, cuentos que hablan de madrugadas enteras fundiendo a escondidas fierros, para lo que después sería finalmente una pieza de la nave que volaría el cielo polvaredense. Entre lágrimas y manos tajadas Cacho, como lo llaman los lugareños, recuerda historias de vida campera tan profundas que dan gusto conocer.

Con el paso del tiempo el pueblo ha disminuido la cantidad de habitantes permanentemente, solo 500 personas viven allí, sin embargo, hay coleccionistas como es el caso de Mario Chicaré, quien estuvo en Malvinas y aún hoy mantiene su pasión por los soldaditos, las balas, los gorros de guerra que se despliegan sobre grandes vitrinas acompañados de miles de historias de vida que con entusiasmo cuenta a los visitantes.

El gran museo de la localidad es el “Bar Luna Park”, el devenir del pueblo y de sus habitantes está atesorado en cada rincón. Su dueño, Marcos Bernardes, aclara que cada familia ha dejado algo antes de irse y que su espacio mantiene vivo a sus habitantes a través de objetos, cuadros, recortes periodísticos, fotos y hasta reliquias que fueron enterradas en tiempos de la dictadura militar. Las desgastadas paredes ya no tienen espacios para más, pero la cancha de bochas aún se mantiene intacta. Antiguamente era propiedad de la familia Bruno que lo mantuvo por largas décadas abierto y tenía la única heladería del pueblo, la cual lo convertía en un lugar de reunión cada fin de semana.

Calles de tierra, una plaza pequeña y su modesta capilla hacen de Polvaredas un lugar con encanto propio. El Jardín de Infantes conserva su fachada como así también la Escuela primaria, establecimientos que pueden ser visitados. Pero la novedad es que la formación secundaria está especializada en turismo, por ende, la nueva generación podrá seguir mostrando las bellezas del lugar.

Ni bien uno entra al pueblo no hay más que entregarse a la naturaleza y a construcciones que datan de 100 años atrás. A la derecha se encuentra el Bar de Cato, aun abierto. Es una foto literal de lo que permanece en el tiempo sin modificación alguna y es atendido por un soñador 90 años, quien recibió a generaciones enteras en su almacén. Pegadito está lo que fue la primera estafeta postal atendida por Nelly Serafín, como así también la primera panadería que, según cuentan sus habitantes, vendía una galleta de piso única.

Polvaredas es un destino ideal para caminar en silencio, para sentarse en sus parques, para sentir los pájaros cantar, disfrutar de la amabilidad de un pueblo e irse con miles de historias. A poquitos kilómetros, se encuentra Cazón el pueblo del millón de árboles, y desde ahí por un camino sinuoso, escondido en el medio de una antigua estancia, donde residía un verdadero Conde, Mirian y Alex trabajan actualmente en pos de un proyecto denominado “Bosque, Laguna y Campo, lugar de Bienestar”, que albergará a la brevedad a los turistas que viajan en motorhome y, en un futuro, estará destinado para quienes elijan acampar o simplemente alojarse en sus cabañas. La fauna autóctona y el atardecer regalan una postal única de Saladillo. El lugar se mantiene agreste, con caballos corriendo por los senderos, perros que acompañan el recorrido y la magia de llegar hasta la laguna en la que se proyectan paseos en pequeños botes. La libertad está a la orden del día para todos los animales que allí habitan porque su lema es “cuidar el medioambiente”.

Saladillo ofrece 60 kilómetros de caminos rurales para hacerlos en bicicleta, caminando o en auto. Solo hay que soñar, atreverse y descubrir sus pequeños pero inmensos pueblos rurales: Álvarez de Toledo, Cazón, Polvaredas y Del Carril.

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