Una historia de esfuerzo, esperanza y un final que emociona

Lo que comenzó como un doloroso golpe para un trabajador incansable, terminó convirtiéndose en un ejemplo de solidaridad y generosidad que tocó el corazón de toda una comunidad.

El 13 de junio, Rubén Calzada compartía en sus redes sociales un pedido cargado de angustia y esperanza: le habían robado su bicicleta, su herramienta de trabajo, la que utilizaba a diario para hacer changas y juntar cartones. “Se robaron mi sacrificio, es como parte de mí, es mi vida”, escribió Rubén, con el corazón en la mano. Le hablaba directamente a quien se la había llevado, pidiéndole que por favor la devolviera. Al mismo tiempo, apelaba al buen corazón de los vecinos para que lo ayudaran difundiendo su mensaje.

Los días pasaban y la bicicleta no aparecía. Rubén volvía a agradecer cada muestra de apoyo y cada palabra de aliento que recibía: “Me siento protegido con el cariño de todos ustedes”, escribió emocionado. Detrás de ese pedido había un hombre honesto que nunca había sacado nada que no fuera suyo, un trabajador que, como él mismo contaba, siempre devolvía lo que encontraba.

Pero esta historia no terminó ahí. El 19 de junio, Isaías Sasian, reconocido por sus movidas solidarias, tomó la posta y lanzó una colecta para ayudar a Rubén. Su idea era sencilla y poderosa: 300 amigos, mil pesos cada uno, y entre todos, comprarle una bicicleta nueva. El mensaje se compartió una y otra vez. Las ganas de ayudar crecían con cada hora.

Y entonces llegó el gesto que marcó el desenlace de esta historia: la empresa Casa Silvia, en un acto de enorme generosidad, decidió donar la bicicleta a Rubén. Lo conocían por su esfuerzo y por su trabajo de cada día, y no dudaron un segundo en tenderle la mano. “Casa Silvia te regala la bicicleta, Rubén, por todo lo que vos trabajás y por lo que te conocemos”, fue el mensaje que le transmitieron.

La colecta, lejos de quedar en el olvido, sirvió para sumar aún más a esta cadena de solidaridad: con lo reunido, se compró una motoguadaña que Rubén también necesitaba para seguir trabajando, y el resto se destinó para ayudar a su mamá.

Rubén, conmovido hasta las lágrimas, solo pudo agradecer: “No me lo esperaba. Con la desgracia que pasó, ahora tenemos algo para mejor. Le agradezco de corazón a toda la gente. Esto es una bendición”.

Esta es la historia de cómo un pueblo, una empresa y el enorme corazón de muchas personas transformaron un acto injusto en una muestra maravillosa de que, cuando nos unimos, podemos cambiarle la vida a alguien. Gracias a Casa Silvia y a todos los que hicieron posible que Rubén siga adelante, con herramientas para su trabajo y el alma llena de gratitud.

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