30 (Adolfo R. Gorosito, diciembre 2016) – Hace pocos días nos encontramos con un amigo, y me contó que fue sometido a una importante intervención quirúrgica. Agregó detalles sobre una experiencia inusitada. Estuvo en extrema gravedad, sumándose a la fila de quienes “permanecieron” cierto lapso entre segundos o minutos en un túnel maravilloso, con sensación de paz plena y hasta avizorando una gran luz como salida. -“Vi desde lo alto todo lo que los médicos y ayudantes hacían, como si el cielo raso estuviese a mi espalda. Sigo teniendo fe en Dios por sobre todas las cosas, aunque la vida me ha castigado muchas veces. Por eso aunque esté disminuido físicamente y hay muchas cosas que ya no puedo hacer… le rezo todas las mañanas con esta sencilla frase: ¡Gracias, Señor, por la vida. No te pido llegar al horizonte sino dar un paso más cada día”. Junto al apretón de manos que cerró esa breve charla callejera le comenté al amigo: – “He aprendido en estos minutos cosas que no sabía. Te agradezco esta confidencia. En muchas ocasiones pedimos demasiado sin gozar de lo que tenemos. Muchas gracias por esta lección de vida”. Recordé entonces a una pariente muy querida que vivía en Buenos Aires. Se le produjo un aneurisma cerebral y fue operada exitosamente. Se había cumplido un milagro terrenal, o era resultado del correcto trabajo de los médicosl. Ella contó así: – “Yo veía con todo detalle desde lo alto cómo los médicos y enfermeras trabajaban sobre mi cuerpo. Al despertar tras el efecto de la anestesia conté a mi medico esa experiencia, me miró y guardó silencio. Sigo pensando que estuve en el extremo de la vida, y creo firmemente que el cuerpo y el espíritu son los elementos que dan base a nuestra existencia”.