174 Hace un año, el 18 de octubre, moría en una cama del Hospital Anita Eliçagaray de Adolfo Gonzales Chaves, nuestra hermana María Elsa. Fueron apenas cinco o seis días de un inesperado y penoso proceso que muchos compartimos junto a ella sabiendo de su final próximo. Durante esos días, en la cama de al lado, una señora de 80 años, intentaba recuperarse de una cirugía de cadera en medio de ese contexto. Un contexto que entorpecía su necesario reposo, su descanso por la noche, y peor aún, el tan estimulante acompañamiento afectuoso y las caricias, por ejemplo, de sus nietos, de lo que quedaba privada por el resguardo dado a los niños de las escenas que deberían presenciar por una paciente a la que allí mismo, sólo le restaba la oportunidad de la muerte. Fue en ese contexto, y ayudada por el profesional correspondiente, en el que se esforzó para pararse por primera vez, y comenzó a dar los ansiados e inseguros primeros pasos. Cada vez más próxima la muerte de María y habiendo cama disponible, pusimos de manifiesto, ante quien correspondía, la importancia y necesidad de separar estas dos escenas. Unos y otros silenciosamente compartíamos lo injustificado de la contrapuesta situación. Ambas pacientes, sin duda debían tener la oportunidad de transitar honradamente la vida y la muerte. También quienes preocupados y angustiados esperaban la entorpecida recuperación de una, y quienes en ese mismo espacio, tratábamos de compartir los últimos días, los últimos minutos de una vida que terminaba. Vivir y morir dignamente es el derecho de todos. En un espacio específico de salud, no debería ser olvidado este principio, inherente a los seres humanos. Este es un fuerte recuerdo que nos acompaña desde entonces. Hoy estamos en condiciones de compartirlo con la intención de ser considerado en la atención debida de toda persona y en la defensa de la humanización de los pacientes. (Marcelo, Tere, José Luis y Marisa OUVIÑA)