49 (Adolfo R. Gorosito, marzo 2020) – Analicemos esta frase impactante por su concisión y elocuencia, que leí hace poco y copié de inmediato: “Le dije al almendro que me hablara de Dios… ¡y comenzó a florecer!”. Como “pienso luego existo” (Según Descartes, filósofo francés, 1596/1650) expongo mi comentario. Muchos creyentes pretenden que Dios actúe con su facultad omnímoda en cada circunstancia de vida, aún las más sencillas, contrariando el concepto de libre albedrío por el que somos responsables de nuestros actos, y pretendemos que Dios nos favorezca con el resultado de un partido de futbol, o nos ayude para sortear un peligro. Podemos recuperarnos de nuestra ignorancia si ante la salida del sol agradecemos ese regalo de infinita grandeza. Por eso me asombro y coincido con el granjero que dijo, henchido de fe y con la sencillez de un diálogo: “Le pedí al almendro que me hablara de Dios… y empezó a florecer!”. Breve y extraordinario en su alcance. Es bueno interpretarlo correctamente, en actitud respetuosa, demostrativa de conmovedora fe. Creo en Dios creador pero mucho menos en la parafernalia de los hombres. Seguramente Dios creador no mueve una varita mágica para que ante el pedido del granjero el almendro comience a abrir sus flores. Pero en torno a la clara metáfora resulta contundente el motivo del agradecimiento. ¡Cuántas veces en nuestras vidas florece de pronto un almendro, y no le prestamos atención! ¡Cuántas veces recurrimos al Todopoderoso para que nos favorezca ante alguna necesidad cotidiana! Es absurda la mente humana si no desbroza su terreno ni interpreta las metáforas.