El día que la ruta lloró su pena

Se cumplen 60 años de la partida del ilustre titán. El 3 de marzo de 1963 se apagaba en Olavarría, la vida de Juan Gálvez, el máximo campeón de Turismo Carretera. Ganó cinco Grandes Premios y nueve campeonatos de la máxima. Para muchas generaciones, ha quedado la sublimidad de sus hazañas y el mensaje de su valor y grandeza.

Marcaba el rumbo como preparador, admirado por sus hazañas, mecánico y piloto que ya no quedan. Sorprendía, apasionaba y excitaba. El máximo campeón de la historia del Turismo Carretera. Su vida se fue mientras ganaba la décima Vuelta de Olavarría en la tierra de los Hnos. Emiliozzi, con quienes peleaba, por la gloria de los carreteros. Juan Gálvez era un notable o un dotado que no conocía los obstáculos terrenos, porque no existían para los hombres de su talla, un héroe o ídolo eterno que se agrupe en esa élite selecta de muy pocos.
El sublime campeón de la historia teceista se perpetuó en el riesgo en una curva interminable en Olavarría, con el acelerador a fondo. Su vida se apagaba, cuando “viajaba” cerca de Dante y “Tito” Emiliozzi, con quienes peleaba por la gloria teceista.
Juan Gálvez, marcaba el rumbo como preparador, admirado por sus hazañas, mecánico y piloto de excelencia. Tenía mensaje de imbatible. La caja de cambios, lo traicionó en la “Curva de los Chilenos”, frente a la estancia de la familia Aramburu, provocando el vuelco del Ford del ilustre monarca que era acompañado por Raúl Cottet, y la muerte de quien entregó tantas veces su nombre al Campeonato Argentino. Alcanzó cinco Grandes Premios, nueve campeonatos, y cincuenta y siete finales.
Su taller era el “santuario de la velocidad”, el lugar donde a la media tarde, el mate cocido era una tradición, o ese sitio con extraños trofeos, clavos y tornillos.
Juan, como su hermano Oscar, eran ídolos de multitudes, indiscutidos e intocables.
La vuelta de Olavarría, conformaba uno de los clásicos de la folklórica categoría. La capital del cemento era el hábitat de la velocidad, la casa de los Emiliozzi. No era fácil ir de visitante y doblegar a los “gringos” en su tierra, pero Juan se tenía fe para ese duelo. Diecisiete días antes había cumplido 47 años.
Aquella mañana del mes de Marzo, se inquietó por el mal tiempo, y desde la casa quinta donde se hospedaba, se dirigió a dialogar con las autoridades, para saber si se largaría la carrera. La decisión fue positiva. Al fin, el barro era un viejo conocido que podía obrar en su favor.
Estrechó centenares de manos antes de la partida, sincronizó su reloj con el de Alejandro Marón, oficial deportivo del Automóvil Club Argentino y subió a su máquina azul y roja.
Dominó sobre los Emiliozzi en las dos primeras vueltas, y pugnaba por superar en el camino a los ídolos locales, ya había quebrado a Ríos, Saigós y al “Cholo” Meunier, marchando primero por tiempo neto. En la “ese” de los chilenos, el mal estado del camino por la lluvia de la noche anterior hizo que el Ford “patinará”, perdiendo la linea y el vuelco inevitable, siendo despedido el gran campeón, y salvando su vida Raúl Cottet, acompañante y amigo del máximo ídolo.
Luego el silencio y dolor, Juan Gálvez, había partido. Se fue ganando, como los grandes, como el máximo exponente del T.C. Nació, vivió y murió siendo el uno. El camino y la ruta aún sienten la nostalgia, y el recuerdo del zumbido triunfador del gran campeón.

* Nota especial del Director de Vértigo Motorsport, Luis Orlando Sanchez

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