28 (Adolfo R. Gorosito, 2019) – Me entretuve ante un wenstern y una típica escena de arreo de hacienda vacuna por valles y montañas del “lejano oeste norteamericano”. Sin duda eran de la raza Hereford luciendo largos cuernos, que era común en tiempos ya superados. Durante el cambio de guardia dos jóvenes vaqueros conversaban sobre el futuro. Uno de ellos afirmó que podría dedicarse a robar caballos, y que ya era ducho en el cambio de marca para anular sospechas. El otro lamentaba que su padre había fracasado como hacendado, pero estaba decidido a repetir el esfuerzo. Tales películas permiten apreciar diferencias y hasta “hazañas imposible”. Or ejemplo… que un arreo de vacunos se prolongue a ritmo de estampida. Ambos respondían fielmente a su condición de arreadores de vacas ajenas, sufriendo todos los avatares de la huella, hasta el riesgo de enfrentar cuatreros. Recordé a don Atahualpa Yupanki, maestro en la recopilación artística de los temas camperos. Por ejemplo “El arriero”. En una de sus estrofas don Atahualpa expresa: “Las penas y las vaquitas / se van por la misma senda, / las penas son de nosotros, / las vaquitas son ajenas”. No es mi intención reflejar una formulación de protesta social supuestamente igualitaria, ni acentuar el relato sobre posiciones diferentes entre niveles del desenvolvimiento económico. Pero es oportuno considerar diferencias de roles con los riesgos que la vida impone. Tal vez sea extraño comparar lo visto en una escena de un wenstern con una hermosa letra reflexiva de don Atahualpa, pero los trabajos del ámbito rural ocurren aquí y allá con sus lógicas variantes, que son semejantes en cuanto a las vicisitudes que sus protagonistas afrontan.