93 (Adolfo R. Gorosito, enero 2024) – Como siempre ocurre en cada comienzo de año, sentimos como que nos quitamos de encima un poncho pesado de experiencias, y al mismo tiempo espiamos por el borde de un poncho nuevo, representado por el año que se inaugura. El 2023 finalizó en tenso ambiente que roza lo económico (hiperinflación), político (primeros pasos del gobierno de Milei) y social (con los bandazos que provocará indudablemente el llamado “mega-decretazo,” tan amplio y rígido. Pero el alma humana es capaz de insólitas sorpresas. Contra viento y marea abre una flamante página de posibilidades, mediante la asombrosa palanca que alienta a la esperanza de tiempos mejores. Los saludos de augurios de felicidad en todo sentido son demostrativos de ese retazo de cielo llamado esperanza. Y no hay derecho a zaherir el optimismo de nadie. Como autor de la presente nota declaro mi decidida adhesión a ese optimismo. Claro es que la dura realidad del diario vivir para la mayoría de la población (con una estimación que el Indec no niega) del 40% de pobres y de ellos un 10% de indigentes, hace difícil sostener el ánimo optimista. Diariamente y a toda hora constatamos lo difícil que resulta sobrevivir dignamente, mientras no se produzca un cambio favorable, distribución más equitativa de los recursos, de los medios de existencia y de las posibilidades de progreso auténtico y duradero.