5 En el nuevo episodio de Rehabilitación Respiratoria a la Carta, Cecilia Cigarra y Florencia Castellano nos traen una historia única de lucha y resiliencia. Acompañadas de Luana Betina Mejías, kinesióloga y sobreviviente de un trasplante bipulmonar, conoceremos cómo logró equilibrar su vida profesional y personal, inspirando a todos con su fortaleza. ¡No te lo pierdas! Escucha este emotivo relato que demuestra el poder del amor, la determinación y la superación. Luana, respiro contigo, ¿qué significa ese tatuaje para ti? ¿Qué te pasa por la cabeza cada vez que lo miras? –Significa mucho para mí. Cada vez que lo veo es un gracias. Aunque me levanto y me acuesto agradeciendo, el tatuaje me conecta con la realidad de lo que viví, porque en el ajetreo del día a día, a veces uno se olvida de lo que pasó. Pero cada vez que lo miro, es un gracias profundo. Qué lindo lo que dices. Y también, Lu, gracias al donante, a su familia, y a tu familia, que te acompañó tanto en todo momento. –Totalmente, agradezco al donante, a mi familia, a mi equipo de médicos, a la gente de mi ciudad, un pueblo pequeño que estuvo súper unido, siempre preguntando cómo estaba. Y, por supuesto, gracias a los profesionales del Hospital Italiano. Más allá de la parte médica, son personas con una calidez humana increíble. Hoy, más de siete años después del trasplante, cada vez que voy a los controles, siento que llego a mi segunda casa. Voy saludando a médicos y enfermeras, y nos ponemos al día de la vida de cada uno. Es un placer, no te pesa ir a los controles. –No, no me pesa, vivo a 450 kilómetros del hospital, y aunque armar todo el viaje es un lío, no me pesa. Más allá de los controles, me siento como si fuera una especie de “tour”, no solo médico, sino personal, compartiendo momentos con los médicos y ustedes, poniéndonos al tanto de todo. Lu, cuéntanos un poco sobre cómo comenzó todo este proceso. ¿Cuáles fueron tus primeros síntomas? –Nunca tuve síntomas. Siempre fui muy sana y activa, hasta que, en febrero de 2017, estando de vacaciones con mi mamá y mi hija, tuve un episodio de disnea muy fuerte, que duró apenas unos segundos. Me sorprendió porque nunca había tenido antecedentes de nada. Al día siguiente, me volvió a pasar, pero menos intenso. Al tercer día, subí una escalera con Briana en brazos, y al llegar arriba me sentí muy mareada, como si me faltara aire. Por si acaso, dejé la puerta del hotel abierta, en caso de que algo pasara, pero me tranquilicé, me senté en el piso y jugué con ella hasta que pasó. Poco después empecé a notar que mi estómago se inflamaba y que la comida me caía mal. Decidí esperar unos días y consulté a un cardiólogo. Me hizo un electrocardiograma, una placa y un laboratorio, y los resultados fueron normales. Él me dijo que todo era emocional, que tomara clonacepam y hiciera yoga. Pero yo sabía que algo más estaba pasando en mi cuerpo. ¿Y qué sucedió después? –Yo insistí en que algo no estaba bien. Después de unos días, el médico me mandó a hacer una endoscopia. Cuando me estaban administrando la anestesia, la anestesista notó que estaba cianótica, y mi marido fue llamado a la sala. El médico se dio cuenta de que no venía por ahí, y la endoscopia salió normal. Fue cuando pedí un nuevo diagnóstico, y me enviaron a Bahía Blanca para un estudio cardíaco, pero me dijeron que el problema era pulmonar. Me realizaron una prueba de esfuerzo y no pude completarla debido a la dificultad para respirar. Fue en ese momento que una neumonóloga me vio, me revisó, y tras analizar la tomografía, me dio la noticia: tenía hipertensión pulmonar. ¿Cómo tomaste la noticia? –Fue un golpe fuerte, pero también sabía que mi cuerpo ya me lo estaba mostrando. Mi mayor preocupación fue cómo contarle a mi mamá y a mi hermano, ya que mi papá había fallecido el año anterior. A mí no me asustó, sentí una calma extraña, como si supiera que todo iba a salir bien. ¿Y cómo fue el tratamiento antes del trasplante? –Me comenzaron a dar Ambricentan, pero no hubo muchas opciones de tratamiento, ya que la hipertensión pulmonar era venooclusiva y no respondía a la medicación. El 7 de julio me colocaron en lista de espera, y cinco días después entré en emergencia nacional. Fue un proceso rápido, dado que mi patología avanzaba muy rápido y tenía 35 años, lo que hizo que mi equipo de médicos gestionara la vía de excepción para darme prioridad. ¿Qué significaba estar en lista de emergencia? –Estar en lista de emergencia significa tener prioridad para recibir los pulmones. Sabía que había otras personas en espera, pero mi condición requería un trasplante urgente. Afortunadamente, las tres instituciones que revisaron mi caso aceptaron la solicitud y, en menos de un mes, ya estaba en lista de emergencia. ¿Cómo fue la espera para el trasplante? –La espera fue difícil, pero me mantenía tranquila, haciendo rehabilitación y controlando mis emociones con meditación. En esos días previos al trasplante, me hicieron ejercicios que eran muy exigentes, pero sabía que era lo mejor para mi cuerpo. Yo, como kinesióloga, sabía lo que necesitaba, pero allí era paciente, así que me entregué completamente al equipo médico. ¿Y cómo fue el momento en el que te dijeron que los pulmones estaban disponibles para ti? –Estaba sola, algo que no había estado nunca antes. Esa noche, me despertaron a las cuatro de la mañana. El médico me dijo que los pulmones que estaban disponibles eran para mí. No me asusté, estaba tranquila, sabía que todo iba a salir bien. Mi marido y mi hermano viajaron rápidamente para acompañarme, pero yo me sentía en paz.