38 (Adolfo R. Gorosito, de su libro “Te invito a DialoGAR”, 2007) – Me sumerjo en la noche, caminando a solas. Mientras la quietud y las sombras me mojan plenamente busco con la mirada un…¡un no sé qué en la bóveda azul! Las nubes huidizas y tenues atraen mi atención. También busco las estrellas con genuino asombro, y las imagino formando parte de fantásticos racimos, asiduas e inasibles visitantes. El magnetismo de la luna adquiere en mí una fuerza singular. ¡La luna!… No importa que fuere hollada por el pie del hombre cuando faltaban treinta y un años para la finalización del siglo XX. No importa que ya no sea la misteriosa Selene que describían los poetas… ¡Para mí sigue siendo la “dama de blanco” que con su presencia lejana pero tangible me traslada en viaje imaginario hacia lejanas escenas de una vida anterior! Y pienso… Pienso en tantos seres que desde los cuatro rumbos cardinales estarán en la misma actitud contemplativa, y de alguna manera se unen mediante el íntimo vínculo de la meditación. Escucho la voz imposible de esa luna que desde el cielo llega. Entonces me anego de placidez no exenta de angustia, y me pregunto: – “¿Encontrados estados de ánimo son los que estimulan mis pensamientos, o acaso dudas que persisten frente a frustraciones que no puedo superar?!… No sé. La luz que en ella se refleja llega a mí como inyección de paz, al tiempo que me conmueve la certeza de su lejanía. La luna es un espejo que puede resultar frío y absurdo para muchos. Sin embargo responde a mi contemplación, capto la onda de su luz ajena y siento que mirándola… la acaricio. La contemplo desde la plenitud que me rodea en la llanura. Oigo el chistido de una lechuza, el chirriar del grillo y un mugido que llega desde lejos. Sin embargo me extasío al escuchar la tenue e inefable música que proviene desde el espacio y que la luna, dama blanca, traduce ¡Podrán decirme que la luna no emite sonidos, pero dejémoslo ahí porque me alcanza la posibilidad de emocionarme!