86 (Adolfo R. Gorosito, diciembre 2’023) – La generación ha compartido las vicisitudes de un año tan denso en motivos sociales, culturales, económicos y políticos, no olvidará fácilmente los sacudones del 2023 que está a punto de fenecer. En algún rinconcito de esta columna periodística y narrativa me he referido a quienes afrontamos el compromiso de ingresar al siglo XXI. Muchos nacieron en estos 23 años transcurridos desde entonces, y otros nos seguimos preguntando si no estamos debiendo algo o mucho por haber hecho uso de tal atribución. Nos preguntamos cuánto hemos contribuido al bienestar de nuestras familias, amistades y comunidad, y cuánto nos hemos esforzado en superar trances difíciles, al tiempo de enhebrar esperanzas por un futuro mejor pero cercano, es decir más allá de la elocuencia de quienes declaman sobre tiempos de felicidad que tardan en llegar. El devenir de los 23 años desde la inauguración del siglo XXI es testimonio que aplicamos en los hechos, tantas veces descubriendo las limitaciones éticas de quienes proclaman la paz mientras amplían grietas de rencores. Estamos por ingresar al 2024, y mientras los más adultos nos preguntamos si hemos sido merecedores la prolongación de la perspectiva vital, o si tenemos que reprocharnos no haber sido eficaces en la permanente lucha de valores.