0 Con la promesa de democratizar la polĂtica, las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias terminaron convertidas en el ensayo general de los partidos grandes, un negocio millonario para sellos de goma y un escenario de compra de voluntades con plata, mercaderĂa y ladrillos. El origen de una idea noble: Cuando en 2009 se crearon las PASO, la propuesta sonaba atractiva: ordenar las internas, evitar la proliferaciĂłn de candidaturas sin peso real y permitir que los ciudadanos definieran, con su voto, quiĂ©nes llegarĂan a la elecciĂłn general. La promesa era democratizar. La realidad, con los años, fue mostrando otra cara. Una encuesta multimillonaria: Las PASO se transformaron en una radiografĂa polĂtica nacional de altĂsima precisiĂłn, mucho más confiable que cualquier encuesta privada. Millones de argentinos votando el mismo dĂa daban un resultado indiscutible: quiĂ©n estaba fuerte y quiĂ©n quedaba relegado. El costo de esa “encuesta” lo cubrĂa el Estado. Miles de millones destinados a imprimir boletas, montar operativos y financiar partidos que muchas veces no superaban el piso del 1,5%. Un gasto descomunal que, en gran parte, se traducĂa en beneficios para estructuras partidarias que encontraban allĂ un negocio redondo. El mercado de las lealtades: El verdadero juego comenzaba despuĂ©s de los resultados. Las PASO ordenaban el tablero, y a partir de allĂ se abrĂa el mercado de las lealtades. Intendentes, punteros y dirigentes locales que habĂan acompañado a candidatos sin chances negociaban sus apoyos con los que mejor habĂan salido. La moneda de cambio era conocida por todos: sobres de efectivo, bolsones de comida, chapas de zinc, bolsas de cemento, ladrillos para construir una habitaciĂłn más. La polĂtica argentina se movĂa, una vez más, bajo el viejo sistema del clientelismo, pero ahora con el respaldo institucional de una elecciĂłn nacional. El efecto psicolĂłgico sobre el votante: Además de mover recursos, las PASO funcionaban como un golpe de efecto psicolĂłgico. El candidato que salĂa primero en agosto llegaba a octubre con el aura de ganador. El que quedaba relegado no solo perdĂa votos: tambiĂ©n se desmoronaban sus alianzas. Para el ciudadano de a pie, los resultados se transformaban en un mensaje claro: “este tiene chances, este no”. AsĂ, el voto Ăştil reemplazaba a la convicciĂłn, y la primaria, en lugar de ampliar la democracia, terminaba condicionando la voluntad popular. Democracia en oferta: Lo que naciĂł como un instrumento para fortalecer el sistema electoral terminĂł convertido en un mecanismo para engordar las billeteras partidarias, consolidar a los grandes y disciplinar a los chicos. Las PASO eran, en los hechos, una feria polĂtica: se compraban votos con comida, se negociaban apoyos con materiales de construcciĂłn y se fidelizaban militancias con plata en mano. Todo a la vista de todos. Con cada primaria, la democracia se vestĂa de fiesta, pero la funciĂłn detrás del telĂłn era otra: un mercado de voluntades financiado por el Estado. En teorĂa, las PASO eran para abrir la polĂtica a la ciudadanĂa. En la práctica, sirvieron para que la vieja maquinaria del clientelismo funcionara mejor que nunca, con una factura multimillonaria que siempre terminaba pagándose desde el mismo lugar: el bolsillo de los contribuyentes. Si esto era democratizar, no queremos imaginar lo que será cuando decidan “ahorrar”. Porque en nombre de la transparencia, las PASO terminaron siendo lo de siempre: plata que se va, voluntades que se compran y una democracia que se sigue vendiendo, ladrillo por ladrillo, bolsa de comida por bolsa de comida.